En Dejad que las máquinas vengan a mí (Editorial Enclave), el filósofo Luis Montero, a quien recientemente hemos entrevistado, se zambulle en el universo simbólico de la ciencia ficción para intentar responder qué es el ser humano una vez las máquinas han recalado en todos los rincones de nuestra existencia. Y, en el camino, se sirve del núcleo duro de la Filosofía como Descartes, Leibniz, Kant, Hegel o Nietzsche.

Montero, además de escritor, ha sido guía turístico, creativo publicitario y consultor estratégico. Ha vivido a Madrid, Nueva York, Londres, Frankfurt, Marrakech y Benarés. Ahora reside en Palma. Ha escrito las novelas de ciencia ficción ArtrópodosFeliz Año Nuevo y Clon, y los ensayos de ontotecnologia Mundo-hecho y Dejad que las máquinas vengan a mí. Por cortesía de la Editorial Enclave, os ofrecemos el principio del último libro.


PREFACIO

Hace unos años me presentaron como un escritor de filosofía ficción. Algo así como un autor de ciencia-ficción con veleidades filosóficas. O como un filósofo lo suficientemente vago como para centrarse en la ficción, entendida como el lugar de la especulación sin argumentación. Y todo el mundo sabe que lo complicado de la teoría no es tener buenas ideas, esas están por todas partes, en cualquier esquina, en cualquier texto, en cualquier comentario fugaz escuchado por la calle; no, lo complicado de la teoría es compartir las razones que te han conducido a una idea. Eludir eso instintivo que tiene el conocimiento para traducirlo en una argumentación que pueda ser compartida. ¿Por qué? Porque a las conclusiones del instinto de otro es imposible llegar. Pero volviendo al origen de este libro, si tengo que justificarlo por la confluencia entre mi afección por la ficción científica o por la vaguería que justifica la suficiente caradura para construir sobre el trabajo de otros, solo puedo decir que quizá ambas razones sean verdaderas. Y, además, que ambas razones son la misma. Uno no escribe ficciones en el vacío al igual que no tiene ideas especulativas en el vacío. Y quizá por eso decidí aprovechar las ficciones que habían escrito otros, esta vez en formato película, para introducir mis ideas y mis argumentos. A veces mejores que las mismas películas, a veces no tanto. 

¿Por qué el cine? Porque el cine es una tecnología intermedia entre la literatura y la Realidad Virtual (RV). Pero, a diferencia de la RV, el cine es una tecnología madura, mientras que lo otro no son más que promesas inacabadas. De hecho, ese aforismo que abre este párrafo no hacía referencia en su origen a la RV sino a los videojuegos: el cine, entonces, era una tecnología intermedia entre la literatura y los videojuegos. El cine es una tecnología intermedia entre la literatura y lo que sea que proyecte imágenes y sea inmersivo, ya sean estos los videojuegos, las proyecciones en 360° o la RV -o lo que sea que venga después… El cine es el puente entre hoy y el futuro, y a pesar de que nunca va a alcanzar ese futuro, siempre lo alcanza y lo sobrevive con una solvencia sorprendente. Hoy mucha más gente consume cine que videojuegos, proyecciones de 360° o Realidad Virtual. Pero no solo hay un motivo cuantitativo, también hay uno cualitativo. De hecho, es la versión en la pantalla grande lo que ratifica en el éxito los diferentes formatos: es la superproducción de Hollywood, bien saturada de efectos digitales y bandas sonoras bombásticas, lo que refrenda el videojuego, la proyección en 3D o la RV como producto cultural de referencia. Y es que, como se verá más adelante, los cadáveres de este siglo XXI gozan de una salud excelente. 

¿Por qué ciencia-ficción? Esta pregunta es fácil de responder. Porque la ciencia-ficción es un magnífico vivero de experimentos mentales. Muchos de los personajes, situaciones y mundos descritos en el cine de ciencia-ficción abren un sin fin de posibilidades especulativas que no son otra cosa que experimentos mentales. Y, desde siempre, esos escenarios hipotéticos que son los experimentos mentales han tenido un peso fundamental en la historia de la filosofía, y no solo la occidental. Un peso que no ha hecho sino incrementarse con el auge de la filosofía analítica. Hoy, casi se puede afirmar, el experimento mental es la forma primera de argumentación. 

¿Por qué cine de ciencia-ficción? Porque, y esta es la base fundamental que explica este libro, cuando hablamos de máquinas estamos hablando ineludiblemente de nosotros, los humanos. Y cuando lo hacemos a través del cine, más que hablar, gritamos. Todo argumento que aparece en formato cinematográfico, que ya viene avalado por una cierta popularidad, alcanza una audiencia mucho mayor que las novelas o los videojuegos, por ejemplo. Y así, otra vez la pereza, los experimentos mentales ya han sido explicados a audiencias inmensas previamente. Así, muchos de los temas y tesis de este libro ya han sido discutidos antes por muchas personas, lo que sin duda simplifica el esfuerzo argumentativo a la hora de plantear mis ideas. Sí, soy vago. 

De todo lo cual puede entenderse que este no es un libro de crítica cultural. No, es un cultural study. Con todos mis respetos hacia esa disciplina, que cuenta con magníficos autores extremadamente relevantes, sus tesis siempre me resultan algo arbitrarias, pues podrían darse o no independientemente del producto cultural analizado; no, este es un libro de algo que podría denominarse ontología cultural, el intento de responder a la pregunta «¿Qué soy?» a través de productos culturales. Y no, no es un invento mío. Ese intento de explicar lo que somos a través de productos culturales es algo que siempre ha hecho la metafísica, pero sucede que aquellos productos culturales solían ser otros libros de metafísica. Porque sí, este es un libro de metafísica. 

Y es que, y esta es la tesis que soporta todo el libro, las máquinas son la mejor forma de autoexploración que ha creado el humano. Mucho mejor que la filosofía. Son un ejercicio, muchas veces extremadamente candoroso, de autoconocimiento. De hecho, innumerables teorías de la mente han surgido a partir de arquitecturas de hardware y software, especialmente durante el siglo XX. El listado de influencias recíprocas entre uno y otro campo, la ciencia-ficción y la teoría de la mente, es innumerable. Las máquinas son la encarnación de ese experimento mental que somos para nosotros mismos. Pero no solo eso. Son una idea de nosotros mismos con capacidad para transformarnos a nosotros mismos y el mundo que habitamos. Estamos en ese momento en el que el experimento mental, eso que nosotros creemos sobre nosotros mismos, está dejando de ser mental para convertirse en real. Son tiempos interesantes estos. 

Es lo que yo he llamado Mundo-hecho en otra parte. 

Y, por último, un breve comentario sobre la selección de las películas de ciencia-ficción tratadas. A pesar de que quizá la ciencia ficción sea el género cinematográfico cuyo inicio es más fácil de señalar, aquel pionero Le Voyage dans la Lune (1902) de Méliès, aquí se ha optado por otro criterio, aunque la obra maestra francesa es un magnífico ejemplo de cine político. Dado que se trata de hablar de las máquinas como un otro-nosotros, un tema que no se trata en la obra francesa, la selección no podía sino comenzar con la también pionera Metropolis (1927) de Lang y acabar en Blade Runner (2017) de Villeneuve, y no porque esta última sea especialmente pionera, sino (1) porque al introducir la natalidad dentro del universo robot parece que cierra un círculo en lo referente a la fusión entre humano y máquina y (2), más pragmático, porque en algún sitio tenía que acabar la selección y esa fallida continuación del primer Blade Runner (1982) de Scott parecía un punto culminante en la historia del género. En general he intentado mantenerme dentro de las fronteras del género, pero a veces he sucumbido a acercarme a otras obras que si bien no son directamente atribuibles a la ciencia-ficción no están tan lejos, al menos como planteamiento de experimentos mentales. Así, a lo largo del texto aparecerán autores como Buñuel o Lynch. Pero, salvo estas escasas excepciones, he intentado mantenerme dentro de los límites reconocibles del género. Eso sí, las películas son usadas muchas veces no tanto por lo que cuentan sino por lo que proyectan. Más que películas vistas, son películas leídas, si es que eso es posible, para entroncarlas con algunos de los principales problemas metafísicos que nos acechan desde la aparición de las máquinas en nuestra vida. Problemas que, por otra parte, tampoco han cambiado tanto. 

Por eso Dejad que las máquinas vengan a mí no trata tanto de máquinas como de nosotros. Se utiliza a las máquinas como espejo de lo que somos mucho más que para hablar de las máquinas en sí. Y de cómo las máquinas y la transformación del mundo que conllevan abren un espacio especular en el que mirarnos reflejados. ¿Pueden las máquinas promover esa reflexión ontológica? Yo creo que sí. Y no solo porque las máquinas definan un mundo y a nosotros, sus habitantes. También porque las máquinas, su constitución y fundamento, es una proyección de lo que pensamos, es nuestra constitución y fundamento. Las máquinas, que primero eran una proyección nuestra, ahora nos reflejan. Y esa imagen es la que se busca analizar en este libro. Un análisis que también es una obligación, las máquinas empiezan a estar tan cerca de nosotros que nos encontramos ante la disyuntiva de sucumbir a su asalto de la idea de lo humano o bien redefinirnos. El primer capítulo investiga ese asalto en lo que he llamado el desplazamiento ontológico y explora los distintos escenarios en los que se puede plantear esa redefinición. El segundo analiza las bases para esa nueva definición de lo que somos a partir del Principio de razón suficiente, eso -sea lo que sea, y a lo largo del libro se proponen y destilan distintas alternativas, que nos constituye como humanos y nos hace distintos de las máquinas. El tercer capítulo describe el giro metafísico al que nos obliga el mundo maquinizado, o cómo las estrategias de definición de lo humano, sobre todo el lenguaje y los afectos, han sido desmanteladas debido al avance de la metafísica, fundamentalmente desde la mitad del siglo pasado. El cuarto explora el impacto ontológico de la máquina, mediante el cual se redefinen dos debates añejos aunque no conectados, la relación yo-otredad por una parte y la diatriba entre realismo y antirealismo por otra, cuyos planteamientos tradicionales han sido superados por la formalización del mundo a la que nos ha obligado la máquina, ya que esta solo puede operar en un mundo altamente formalizado -lo que en otra parte he llamado mundo-hecho, frente al mundo dado en el que hasta hoy se ha movido tanto el mundo como la metafísica. El quinto narra el asalto de la máquina al último bastión de lo humano, la vida y sus vivencias; y cómo ese asalto ha sido provocado por el propio humano al generar lo que he denominado el estrechamiento ontológico de eso que hay, motor inicial de la formalización del mundo y principal responsable del aparecer del mundo hoy. Y, en el último, esbozo algo que podría considerarse un contra-Test de Turing, es decir, la prueba de humanidad, una vez vencidos todos los bastiones que nos hacían humanos y por tanto diferentes del resto de lo dado, recae en las máquinas. Ya no es nuestra tarea decidir si una máquina es humana o no sino que es la máquina la que debe decidir si somos humanos o no. 

Es cierto que muchos de los escenarios que se discuten a lo largo de las páginas de Dejad que las máquinas vengan a mí están sucediendo ahora mismo, por lo que su definición conceptual muchas veces es nebulosa. Debido a lo cual este es un ensayo que habla de lo que somos pero que no se niega a arriesgarse y hablar de lo que podríamos ser una vez nos encontremos cara a cara con una máquina tan capaz como un humano. Es por ello que es una antropología del futuro, un adelanto de lo que quizá nos espera como especie. Una antropología que busca pensar el mañana para repensar el hoy, si es que esas categorías temporales siguen conservando algún sentido. Dejad que las máquinas vengan a mí es un viaje en el tiempo, a veces miles de años hacia atrás a veces unos cuanto hacia delante, para llegar hasta hoy. Dicho lo cual, me gustaría pasar a los agradecimientos. En primer lugar, quisiera agradecer el soporte tanto afectivo como logístico que me ha ofrecido Laura Durán para la confección de este libro. 

Además, no puedo olvidarme de mis hijas, con quienes he visto muchas de las películas aquí citadas y cuyos comentarios muchas veces me han abierto los ojos a nuevas interpretaciones y argumentos. Sin su ayuda muchas de las tesis de este libro hubieran sido otras. Y, seguramente, peores. 

También tengo que agradecer a Albano Cruz su participación en nuestras sesiones de Tamagotchi, un ciclo de conferencias que dábamos alrededor del concepto de lo humano y sus modificaciones mediante la tecnología. Muchas de las ideas que se plantean aquí están estrechamente relacionadas con lo que contamos en aquellos CSR de Madrid, Valladolid, Burgos, Vigo… así como en la propia Librería Enclave y Medialab. De hecho, este libro es mi versión de aquellas charlas. O, mejor dicho, parte de este libro es mi versión de aquellas charlas. De lo que aprendí en aquellas charlas. Desde aquí mi agradecimiento a todos quienes soportaron las 18 horas de discurso, las tres sesiones de 6 horas cada una en las que Albano y yo tratábamos la fusión del hombre con la tecnología desde un prisma lógico, ontológico y ético; y no solo eso: a pesar de nuestra retórica aún tenían ánimos para preguntar, cuestionar y refutar nuestro discurso. Este libro es, en buena medida, un homenaje a todos aquellos asistentes. Estoy seguro que antes o después Albano escribirá el suyo. 

Y, para terminar, quiero agradecer la perseverancia y la fe en mí, muchas veces superior a las mías propias, de mis editores, María y Pino, corazón y pulmón, cerebro y sangre de la Editorial Enclave. Sin ellos este libro jamás hubiera alcanzado el formato libro y jamás lo hubiera hecho de esta forma. 

Y, para terminar, gracias al lector. Porque, a partir de este momento, todo lo que lea aquí le pertenece, lo quiera o no.